Recorro las calles de Sevilla buscando la parroquia de San Vicente, a donde me dirijo después de localizar y solicitar copia digital de una partida de bautismo del siglo XVIII en la parroquia del Sagrario, y es como transitar por mi propio pasado, por mis inicios en la investigación histórica y genealógica hace ya un cuarto de siglo.
Calle Alfonso XII. Primera parada. Visitas a la Biblioteca Pública del Estado de Sevilla (hoy Biblioteca Pública Infanta Elena), un edificio ¡abandonado por la administración pública desde hace años!, para buscar en sus ficheros manuales obras de genealogía cuando todavía no había nada informatizado, y para consultar el Diccionario de los hermanos García Carraffa.
Calle Alfonso XII. Segunda parada. Aquellas mañanas de estudio en la biblioteca americanista de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, y también de consulta de bibliografía especializada para la realización de un trabajo de investigación para la asignatura de Historia de América.
Calle Virgen de los Buenos Libros. Parada técnica en la esquina más librera de la calle para contemplar aquel escaparate que debería haber sido protegido por la legislación, el de la añorada librería Céfiro.
Calle Jesús de la Vera-Cruz. Última parada. Aquellas tardes de investigación en la Biblioteca y Archivo de la Sociedad Económica de Amigos del País de Sevilla, de las que salieron mis primeros artículos, sobre los ilustrados de las Nuevas Poblaciones y las Sociedades Económicas, y sobre la composición social de sus miembros y sobre sus socios militares.
Llego a la parroquia de San Vicente para consultar varios libros de matrimonio. El archivo, perfectamente organizado en blancas cajas de archivo, se encuentra en un pequeño despacho en el que se atiende tanto a feligreses que quieren copia de una partida reciente como a investigadores que buscamos partidas sacramentales de hace siglos. Entrego mi DNI. Me invitan a coger una escalera de tijera y a localizar yo mismo el libro que me interesa.
Los bautismos comienzan en 1517. Los matrimonios lo hacen en 1543. Los entierros, algo más tarde, a finales del siglo XVII. El que busco, por supuesto, está en el estante superior. Con el legajo entre mis brazos, me espera un pequeña mesa en la oscura sacristía. El espacio justo para abrir un libro y dejar la caja a un lado procurando que no proyecte su sombra sobre el papel. Aún me encuentro sacando los libros de la caja cuando otra persona, amabilísima, coloca un flexo en la mesita, lo enchufa y lo enciende. Así, mucho mejor. A mi alrededor, las idas y venidas propias de una sacristía antes y después de misa.
Encuentro la partida de matrimonio que estoy buscando. Tenía la fecha exacta. Coincide. Me levanto y vuelvo al despacho. Pregunto si puedo hacer fotos. Me dicen que sí. Genial. Mi cliente no ha dicho nada pero, ya que estoy allí, voy a buscar el matrimonio de los padres de cada cónyuge. Encuentro una, la de los padres de él. El matrimonio de los padres de ella no aparece; deben haberse casado en otra parroquia. Bueno. Sigo por la línea paterna. Ese libro tiene índice pero faltan las páginas de la letra A. Se llama Antonio. Lo reviso completo. Nada. Sigo con el anterior. Por fechas, es posible que todavía aparezca. Ya estoy en el primer tercio del siglo XVII. Bien. Este otro libro tiene índice y está completo. No sigo. Las fechas del libro anterior son demasiado antiguas. Es imposible, biológicamente imposible, que se hubiesen casado tantísimos años antes. No salen las cuentas.
Lo dejo por hoy. Apago el flexo y me dirijo al despacho parroquial. No hay nadie. Enciendo la luz. Subo los peldaños justos de la escalera como para dejar la caja en su sitio. Bajo. Cierro la escalera y apago la luz. Se está celebrando un acto organizado por la Hermandad de las Siete Palabras. Intento no molestar, pero no quiero irme sin despedirme. Pido salir por la parroquia. Sin problema. Me despido, muy agradecido, hasta la próxima.
Y procuro no volver sobre mis propios pasos. Siempre he tenido esa manía. Calles San Vicente, Almirante Ulloa, Monsalves, Fernán Caballero…