Esta entrada que se publica hoy, cuando desgraciadamente todos sabemos que Mariúpol es una ciudad a orillas del Mar de Azov, lleva programada desde hace meses para celebrar el Día de la Madre. Si la hubiese publicado en los últimos meses de 2021, cuando leí este libro de investigación genealógica e historia familiar, muchos habrían tenido que buscar esta ciudad ucraniana en el mapa, servidor incluido.
Mi madre era de Mariúpol es un libro que narra la investigación genealógica iniciada por su autora, Natascha Wodin, “en una noche de verano a orillas del lago» partiendo de una herencia familiar que había quedado reducida a un “par de documentos históricos -la partida de matrimonio [de sus padres] y la cartilla de trabajo [de su padre]- las tres fotos en blanco y negro y un viejo icono que mi madre se llevó en su hatillo al largo viaje [desde Ucrania a Alemania, en 1943].
Editado por Libros del Asteroide, y merecedor de los premios Alfred Döblin y de la Feria del Libro de Leipzig, estamos, de nuevo, ante un libro de historia familiar que se inserta en la convulsa historia de la primera mitad del siglo XX. Yevguenia Iváshchenko, la madre de la autora y protagonista de esta obra ”había vivido treinta y seis [años], y no fueron años cualesquiera, sino los de la guerra civil [rusa], las purgas y las hambrunas de la Unión Soviética, los de la Segunda Guerra Mundial y el nacionalsocialismo. Había quedado atrapada en la trituradora de dos dictaduras, primero la de Stalin en Ucrania, luego la de Hitler en Alemania.”
La primera parte de esta obra contiene todos los ingredientes de cualquier investigación genealógica en pleno siglo XXI: desde el uso del buscador de Google y todas sus herramientas de geolocalización para conocer el lugar del que procedían los antepasados de la autora a la localización de parientes vivos a través de las redes sociales; desde el apasionado de la genealogía y la historia local, Konstantín, que a miles de kilómetros de la autora la ayuda desinteresadamente en la búsqueda de sus raíces, hasta el genealogista profesional, Alfred Kramer, que gracias a su profundo conocimiento de los archivos locales localiza y envía a su cliente las más preciadas fotocopias por un más que razonable precio (cualquier desplazamiento de una punta a otra de Europa habría sido, siempre, mucho más caro… y no garantiza resultados); desde el descubrimiento de la historia de su famoso tío, cantante de ópera, al contacto con la fantasiosa prima con la que uno no vuelve a entablar comunicación nunca más, y con Ígor, su primo hermano, su hermano…
La aparición de los diarios de su tía Lidia constituyen otra de las grandes sorpresas que depara la búsqueda de sus orígenes iniciada por Wodin y son la base para la segunda parte de la obra. La tercera y cuarta parte entran de lleno en la problemática de los trabajadores esclavos (eslavos) al servicio del Tercer Reich y rescata su propia historia familiar, su niñez y la relación con su madre: el camino iniciado desde las orillas del Mar de Azov (Mariúpol), del Mar Negro (Odesa) y del Danubio (Brăila, Rumanía) hasta Leipzig, Núremberg, el campo de Valka y, finalmente, una pequeña ciudad germano occidental a orillas del Regnitz, en la que convivían víctimas y verdugos, alemanes y “los de las casas”.
Wodin reconoce que “los supervivientes de los campos de concentración habían producido una literatura universal, los libros acerca del Holocausto llenaban bibliotecas, pero los esclavos no judíos que habían sobrevivido al exterminio mediante el trabajo estaban sumidos en el silencio”; un silencio cómplice en “el entorno alemán, en cuya cultura de la memoria el fenómeno masivo del trabajo forzoso no existía”, una amnesia colectiva contra la que Wodin lucha en esta obra presentando su historia familiar y de la que, desde otra óptica y sobre su propia familia alemana, nos hablaba Schwarz en Los amnésicos o, en el contexto del régimen comunista húngaro, Duncan Shiels sobre los hermanos Rajk.
En definitiva, un libro muy recomendable, especialmente en estos días en los que celebramos el Día de la Madre y la guerra continúa. Con el recuerdo de todas esas madres que han abandonado Ucrania en estos meses de guerra, las que han perdido hijos en el conflicto o las que aún resisten en sus casas al cuidado de sus mayores.
Muy interesante, Fernando, voy a hacerme con él. Abrazo.