Qué manía tienen en la recepción de algunos ayuntamientos y archivos de intentar responder a mis preguntas cuando la mayor parte de las veces llamo para hacer una consulta muy concreta sobre los fondos que no he podido resolver por mí mismo en las múltiples fuentes que hoy día nos ofrece internet.
Para aquellas personas que no han consultado nunca un archivo o no conocen los pormenores de la investigación histórica y genealógica, debo decir que esta situación es similar a la de si usted llama a su médico para pedir cita o para hacerle una consulta puntual sobre la dosis del medicamento que le acaba de recetar y debe explicarle a la recepcionista del hospital, al bedel de urgencias o al portero del edificio donde se encuentra la consulta privada –porque estos se lo piden– qué síntomas tiene, qué tipo de enfermedad crónica padece o cada cuánto tiempo debe tomar su medicación. Lógicamente, después de contarles su caso, esa persona le dirá que no puede responder a su pregunta y que le pasará a su médico.
Esto mismo me pasa, muy de vez en cuando, todo hay que decirlo, con ayuntamientos y archivos de toda España. Llamo a un ayuntamiento para que me pasen al encargado del archivo histórico que, a falta de archivero municipal, suele ser el secretario, o a un Archivo Histórico Provincial, que cuenta con una estructura orgánica muy clara, y tengo que contarle una película a alguien que, en el 99% de los casos, no va a poder responder a una consulta que generalmente suena a chino, y tendrá que transferir mi llamada al archivero o la archivera.
Y digo yo: ¿no es mejor pasarme directamente al archivero, al bibliotecario que hace las veces de encargado del archivo o al secretario municipal? Mucho me temo que la ronda de llamadas telefónicas de hoy a varios ayuntamientos y archivos se repetirá más adelante pero, afortunadamente, son minoría.
Luego está la otra cara de la moneda, cuando el archivero está colgado del teléfono y hay que esperar para que te atienda in situ. Aunque estos casos son los menos.